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La Teoría Del Tiranicidio Según El Padre Jesuita Juan De Mariana

Juan de Mariana [Talavera de la Reina (Toledo), 1536 − Toledo, 1624] fue un destacado teólogo jesuita, historiador y filósofo español que, en 1599, publicó su polémico libro De Rege et regis institutione en el que analizó, entre otras cuestiones que pretendían ayudar en la educación del rey Felipe III, cuáles eran el origen, los límites y el carácter del poder monárquico, las ventajas y desventajas de las distintas formas de gobierno y, por lo que a nosotros se refiere, su opinión sobre el tiranicidio. Un criterio muy personal que estuvo condicionado por los acontecimientos que el propio autor vivió en París durante la peor época de intolerancia religiosa que padeció Francia a finales del siglo XVI, la matanza de San Bartolomé, mientras impartía clases en el Colegio de Cleremont. Como recuerda Rogelio Fernández Delgado (*): En un principio esta obra no tuvo problemas con la censura y fue recibida sin causar mucha expectación. Escrito en latín, con el tiempo se convirtió en uno de los libros más polémicos e incluso más escandalosos que circulaban por Europa porque se elogiaba el asesinato en 1589 del rey de Francia Enrique III. El 14 de mayo de 1610 fue asesinado su sucesor Enrique IV por el monje Ravillac, hecho por el que los enemigos de la Compañía de Jesús lanzaron el rumor de que el regicida había leído el libro del padre Mariana, lectura que no había tenido lugar según se demostró durante el proceso al que fue sometido el monje tiranicida. No obstante, la obra fue condenada por la Sorbona, y el 8 de junio de 1610 el Parlamento de París acordó que De Rege et regis institutione fuera quemado públicamente, como así se hizo en el atrio de la catedral de París.



¿Cuál era la "Teoría del Tiranicidio" que sostuvo de Mariana para que su obra fuese condenada y quemada en Francia? Así lo narra en su obra:

(…) Enrique III, rey de Francia, fue muerto por la mano de un monje con las entrañas atravesadas por un puñal envenenado. Lamentable espectáculo que en pocos casos será digno de elogio, pero en el que los príncipes pueden comprender que no pueden quedar impunes sus audaces e impías maldades. La potestad del príncipe es muy débil cuando pierde el respeto de sus vasallos. El rey Enrique, que carecía de descendencia, intentaba dejar el reino a su cuñado Enrique, que desde su más tierna edad se hallaba embebido en las más erróneas opiniones religiosas y había sido condenado por los pontífices y privado de su derecho de sucesión, aunque ahora, que ha cambiado de pensamiento, es rey de Francia. Por esta razón, gran parte de la nobleza, de acuerdo con otros príncipes, tanto franceses como de otros países, se había alzado en armas para defender la patria y la religión, y había recibido de todas partes socorros y auxilios. Guisa, en cuyo valor estaban puestas las esperanzas y el destino de Francia, en esta tormenta se puso a la cabeza de este movimiento.


Los reyes rara vez cambian de propósito. Y así, Enrique, para oponerse y vengarse de los nobles, llamó a Guisa a París con el propósito indudable de asesinarlo. Y como fracasara su propósito, porque el pueblo enfurecido se alzó en armas, abandonó precipitadamente la ciudad. Pasado algún tiempo, simuló haber cambiado de pensamiento, y anuncia públicamente que quiere deliberar con todos los ciudadanos sobre lo que conviene al bienestar público. Reunidos todos los estamentos del Estado en Blesis [Blois], junto a las aguas del Loira, mató en el mismo palacio real a Guisa y a su hermano, el cardenal, que habían asistido a la asamblea confiados en la palabra del rey. Y después, tratando de cubrir el hecho con una capa de derecho, una vez asesinados, manifiesta que son reos de crímenes de lesa majestad, acusándolos, cuando ya no podían defenderse, de alta traición. Además prende a otros muchos, y entre ellos al cardenal de Borbón, que, aunque de edad muy avanzada, era el sucesor legítimo de Enrique por derecho de sangre. e este movimiento.

Con estos sucesos se conmovieron profundamente los ánimos de gran parte de Francia y se rebelaron muchas ciudades exigiendo la abdicación de Enrique por razón del bien público. Y entre ellas, París (…). Cuando se aquietaba el impulso del pueblo y Enrique estaba acampado a unas cuatro millas de París, no sin esperanza de vengarse de la ciudad, y parecía ya que las cosas no tenias remedio, la audacia de un joven volvió a levantar los ánimos. Este joven se llamaba Jacobo Clemente [en francés: Jacques Clément] y era natural de la aldea de Autun conocida como Sorbona y estaba a la sazón estudiando teología en un colegio de los dominicos. Y como hubiera sabido por los teólogos con que cursaba sus estudios que era lícito matar a un tirano, se hizo de varias cartas de los que pública o secretamente eran partidarios de Enrique, y sin tomar consejo de nadie partió hacia el campamento del rey con el propósito de matarlo el 31 de julio de 1589. Creyendo que iba a comunicar al rey secretos importantes, por las cartas que había presentado, se le recibió sin demora y se le citó al día siguiente. Y en efecto, el día primero de agosto, día de San Pedro ad Víncula, una vez celebrada la misa, pudo visitar al rey, que le recibió apenas levantado del lecho y a medio vestir. Después de cambiadas algunas palabras, cuando estuvo próximo al rey, so pretexto de entregarle en mano otras cartas, con un puñal envenenado que ocultaba en la misma mano, lo hirió en la vejiga. ¡Serenidad insigne, hazaña memorable! Traspasado el rey de dolor, hirió con el mismo puñal a su asesino en el pecho y en el ojo, al mismo tiempo que gritaba: "Al traidor, al parricida".



Los cortesanos, conmovidos por suceso tan inesperado, irrumpieron en la cámara del rey y acuchillaron con crueldad y fiereza a Clemente, que ya estaba postrado y exánime. Este no pronunció una sola palabra y más bien mostraba un semblante sereno, porque así evitaba otros tormentos que recelaba que sus fuerzas no podían soportar. Y entre los golpes y las heridas su rostro revelaba la alegría de haber redimido con su sangre la libertad de sus conciudadanos y de su patria. Enrique III de Francia acabó muriendo por una peritonitis el 2 de agosto de 1589.

(…) Sobre la acción del monje no todos opinaron de la misma manera. Muchos la alabaron y lo juzgaron digno de la inmortalidad; otros más prudentes y eruditos, negaron que un particular, por su autoridad privada, pudiere matar a un rey que había sido proclamado por el consentimiento del pueblo, proclamado por el pueblo y ungido y consagrado, según es costumbre, por el óleo santo, aunque las costumbres de este rey se hayan corrompido y haya degenerado su poder en tiranía.

Después de enumerar diversos ejemplos de tiranos que gobernaron el mundo antiguo, el autor reflexiona si: (…) A la vista de tantos y tan terribles ejemplos, creen algunos que debe sufrirse al príncipe reinante, sea justo o injusto, y atenuar con la obediencia los rigores de su tiranía. (…) ¿Qué respeto podrán tener los pueblos a su príncipe (respeto en el que se funda la autoridad) si se les persuade de que pueden castigar las faltas que cometa el rey? Por motivos verdaderos o por motivos aparentes, se turbará a cada paso el más precioso don del Estado, la tranquilidad pública. En su opinión: Se debe proceder con mesura y por grados. Primero se debe amonestar al príncipe y llamarle razón y derecho. Y si se aviniera a razones, si satisficiere los deseos de la nación, si se mostrase dispuesto a corregir sus faltas, no hay para qué pasar más allá ni intentar remedios más amargos. Si, por el contrario, rechazara todo género de observaciones, si no dejara lugar alguno a la esperanza, debe empezarse por declarar públicamente que no se le reconoce como rey. Y como esta declaración provocará necesariamente una guerra, conviene preparar los medios para defenderse, procurarse armas, imponer contribuciones a los pueblos para los gastos de la guerra, y si fuera necesario y no hubiera otro modo posible de salvar la patria, matar al príncipe como enemigo público, con la autoridad legítima del derecho de defensa [DE MARIANA, J. La dignidad real y la educación del rey (De rege et regis institutione). Madrid: Centro de Estudios Constitucionales, 1981, pp. 70 a 80].

PD: el argumentario del jesuita español –más religioso que jurídico o político– fue fruto de la intolerancia en materia de creencias que caracterizó a la Europa de finales del siglo XVI y, en especial, a Francia, a pesar de su Edicto de Nantes; sin embargo, el debate sobre la legitimidad de cometer un tiranicidio surgió en la Antigüedad, con autores como Cicerón, Séneca o Plutarco; y se desarrolló en la Edad Media con las obras del obispo de Chartres (Juan de Salisbury) o santo Tomás de Aquino, por el lado católico; y el libro Vindiciae contra tyrannos, de un hugonote anónimo.

Pinacografía: Charles-Gustave Housez | Asesinato de Enrique IV de Francia y detención de François Ravaillac el 14 de mayo de 1610 (1860). Charles Durupt | Enrique III de Francia poniendo el pie sobre el cadáver de Guisa (1832). Anónimo | Grabado sobre Jacques Clément (s. XVI). 

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(Vídeo) Todas La Finalizaciones Por Heel Hook En La Historia Del UFC


Hoy compartimos con ustedes un vídeo que recopila todas las finalizaciones que se han dado en la jaula del UFC por la vía del Heel Hook. La primera vez que se vio esta peligrosa sumisión en el Octágono, fue en el UFC 1 del 12 de noviembre de 1993, cuando Ken Shamrock venció Patrick Smith.


Como dato adicional, Rousimar 'Toquinho' Palhares es el único peleador que obtuvo más de un triunfo mediante Heel Hook en el Octágono del UFC, aunque también es un atleta muy criticado porque a veces se negaba a soltar la sumisión a pesar de que sus rivales ya se habían rendido:



Pueden contactarnos vía email: edwinperez92mma@gmail.com

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Miguel Colmeiro: Viaje Alrededor De Una Biblioteca (Madrid, 1858)



El honor nacional y el interés de la misma ciencia exigen, á la vez que lleguen á ser mas conocidos nuestros escritores naturalistas, tanto antiguos como modernos, no tan escasos ni insignificantes como muchos creen. La Botánica particularmente debe á España importantes trabajos, que han contribuido notablemente á sus progresos dentro y fuera de la Península. Enumerarlos metódicamente y procurar que de ellos se forme justa idea es el objeto de este escrito, fruto de investigaciones un tanto fatigosas, iniciadas á impulso del amor patrio, y seguidas con perseverancia de tiempo en tiempo, debiéndola en parte á las excitaciones de personas amantes de la ciencia, algunas extrañas á nuestro suelo.



            Entre los botánicos, hay unos cuantos que, por no dejar de coger plantas, no han tenido tiempo de escribir casi ni una línea, pero también hay alguno que parece que por no dejar de escribir no ha tenido tiempo de coger plantas. Este segundo modelo se ajusta al caso de Miguel Colmeiro y Penido (1816-1901), uno de los personajes más influyentes en la botánica española de la segunda mitad del siglo XIX, importante bibliófilo y prolífico autor con fama de erudito.

            La valoración de sus aportaciones siempre ha sido controvertida. Su discípulo Blas Lázaro Ibiza (1858-1921) destacó sobre todo su contribución en la introducción en España del método natural frente al sistema linneano y parece que, en vida, su obra fue apreciada por otros botánicos extranjeros. Así, por ejemplo, cuando el ginebrino George Reuter (1805-1872) crea 1843 el epónimo Colmeiroa para homenajearlo, señala que era "connu par un intéressant mémoire sur l'histoire de la botanique en Espagne" *. O cuando hace lo mismo, años más tarde, en 1871, el australiano Ferdinand von Mueller (1825-1896) la especie es Colmeiroa carpodetoides F. Muell. [Corokia carpodetoides (F.Muell.) L.S. Sm.], un endemismo de la isla Lord Howe, la dedicatoria dice: "Plantam dicavi praeclaro Michaeli Colmeiro..., plurim voluminum phytologicorum valde eximiorum auctori optime noto".

  
M. Colmeiro, con unos 50 años [Wittrock in Acta Hort. Ber. 3, 3. 1905]
         
Por parte de los críticos, a menudo se ha argumentado que no respondía con reciprocidad a quien consideraba inferior en estatus y que ejercía todo el poder que le conferían sus cargos de una forma muy personal e interesada. Más concretamente, se ha dicho que todas las herborizaciones para su obra sobre la flora de Cataluña las había hecho en el herbario de los Salvador [Norbert Font i Sagué], que los cinco volúmenes que publicó sobre flora ibérica
más de 3.500 páginas en total no sirven para gran cosa y, además, que era envidioso [Moritz Willkomm], o que representa el epítome de la decadencia de los directores del Jardín Botánico de Madrid durante el siglo XIX [Pius Font i Quer]. Pero lo que quedará para siempre en la memoria de cualquiera que se acerque a su figura es el título del vitriólico opúsculo que en 1891, cuando estaba en todo su apogeo, le dedicó un osado Carlos Pau y Español (1857-1937): "Gazapos botánicos cazados en las obras del señor Colmeiro, que es director del jardín botánico de Madrid". Y que, además, lleva por lema: "Todas las obras del Sr. Colmeiro no valen lo que cuesta el papel en que se han escrito". Carlos Pau, imbuido de un fuerte espíritu nacionalista, personificaba en él lo que consideraba dejación de funciones de la mayor parte de los directores del Jardín Botánico de Madrid posteriores a Mariano Lagasca (1776-1839), que habían renunciado a la exploración florística de España, dejándola así en manos de botánicos extranjeros durante toda la segunda mitad del siglo XIX, con lo cual eran ellos los que se llevaban la "gloria" del descubrimiento de nuevas especies. Además, también le acusaba de menospreciar, e incluso despreciar, a los que se habían dedicado a esta exploración a escala regional, como Antoni C. Costa (1817-1886), Francisco Loscos (1823-1886), José María Pérez Lara (1841-1918), él mismo, o incluso Vicente Cutanda (1804-1866), antecesor de Colmeiro como Director del Jardín Botánico de Madrid.

            Es innegable, sin embargo, que dos de sus obras, escritas al principio de su carrera, son de gran mérito y tuvieron una gran influencia durante toda la segunda mitad del siglo. La primera es "Ensayo histórico sobre los progresos de la Botánica desde su origen hasta el dia, considerados mas especialmente con relacion a España" de 1842, y que fue citada y copiada más o menos literalmente en buena parte de los folletos, discursos o memorias que aparecieron en España, referidos a la evolución de la Botánica, hasta comienzos del siglo siguiente.

            La otra, y es la que nos interesa aquí, es "La Botánica y los botánicos de la península Hispano-Lusitana", una aportación original donde recopila todos las obras referentes a plantas de la Península Ibérica o escritas por autores ibéricos, a las que añade unas notas biográficas de los autores. Consta de dos partes, la primera se titula "Estudios bibliográficos. Biblioteca botánica hispano-lusitana" y está dividida en diez secciones. Las tres primeras están dedicadas a los comentarios o interpretaciones de autores griegos y latinos, a las obras que hablan de las plantas de la Biblia y a obras de autores árabes ibéricos o traducidas del árabe. La sección cuarta se titula "Obras didácticas, memorias y otros escritos españoles en que se tratan las doctrinas de los diversos ramos de la Botánica total o parcialmente". La sección quinta corresponde a obras españolas descriptivas de plantas exóticas, la sexta a obras descriptivas de plantas ibéricas, tanto de autores ibéricos como extranjeros, y la séptima a catálogos y noticias de plantas cultivadas en jardines de España y Portugal. Las tres últimas se ocupan, respectivamente, de obras con noticias biográficas o bibliográficas, de las revistas o colecciones más o menos periódicas citadas y de obras donde aparecen retratos de botánicos ibéricos. Esta parte termina con un índice, ordenado alfabéticamente por autores. El criterio de inclusión de una obra en una sección concreta es laxo, pero queda superado porque una misma obra puede aparecer en diferentes secciones. En la segunda parte, titulada "Estudios biográficos", se recogen bocetos biográficos más o menos completos de diferentes botánicos o personajes ibéricos relacionados con el estudio de las plantas. Están agrupados por siglos, pero dentro de cada siglo no hay un orden claro. La extensión es muy desigual. Los de los grandes botánicos, por ejemplo Cavanilles (1745-1804) o Lagasca (1776-1839), son muy completos y prolijos y a su lado aparecen los dedicados a esforzados, aunque olvidados, curas y boticarios que, como mucho, llegaron a publicar un solo trabajo. Afortunadamente, esta parte termina con el índice de los autores que figuran y donde también aparecen los géneros dedicados a botánicos y personajes relacionados con la península Ibérica. Así, por ejemplo, nos podemos enterar que M. Lagasca dedicó, en 1816, un género a Fernando VII, demostración evidente de que todo el mundo puede equivocarse y que los poderosos no se dejan impresionar demasiado por las atenciones que les pueda tributar un humilde y bienintencionado botánico.

            Sobre todo la primera parte es uno de esos trabajos de lo que a menudo se califica como de rata de biblioteca, con una recopilación inmensa y minuciosa. Lo recoge todo: libros, artículos dispersos en revistas de temáticas relacionadas con las ciencias naturales o afines, manuscritos inéditos que a menudo terminan en su biblioteca particular e, incluso, trabajos botánicos que sólo conocía por referencias indirectas y que ya estaban perdidos en su época. De cada uno hace un comentario, por breve que sea, indicando su contenido y aportaciones; en algunos de los manuscritos el comentario es lo suficientemente ambiguo como para no decir si la ha visto o no. También sorprende el esfuerzo por incluir las obras de botánicos o botanófilos extranjeros que hacen referencia a la Península, aunque algunas obras menores se le puedan escapar, sobre todo de franceses que tocan de refilón los Pirineos, o de algunos británicos que aprovechan una escala más o menos prolongada en Madeira para dejar por escrito su visión de la isla. Del mismo modo incluye el Llibre de consells [conocido también como Llibre de les dones o Espill] de Jaume Roig escrito en la segunda del siglo XV y con numerosas ediciones a partir del XV y considerado precursor de la picaresca, con la excusa de que aparecen algunos nombres vulgares de plantas o una versión del "Libro de la monteria" de 1582 que "es interesante, porque se reconoce el estado de la poblacion de los montes de España en el siglo XIV.". También recoge un manuscrito "del siglo XVII, que poseyó el historiador Muñoz" o se permite copiar unos versos dedicados a la mimosa en el comentario a "Argentina y conquista del Río de la Plata" de Martín Barco Centenera y publicada en 1602.

            Fue miembro fundador y primer Presidente de la Sociedad Española de Historia Natural, fundada en 1871, y perteneció a las Reales Academias de la Lengua, de Medicina y de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Curiosamente, a su muerte legó la biblioteca personal, incluidos los estantes, a la Real Academia de Medicina de Madrid y no al Jardín Botánico, institución de la que había sido Director durante treinta y dos años.

           
Miguel Colmeiro (1858). La botánica y los botánicos de la península hispano-lusitana. Estudios bibliográficos y biográficos. Imprenta M. Rivadeneyra, Madrid. 216 p.[Disponible en Biblioteca digital del RJB]

* Se refería a Ensayo histórico sobre los progresos de la Botánica.

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